SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Las semillas de donde nacen los distintos tipos de sociedades.-

 

El trabajo por cuenta propia, al igual que el que se presta por cuenta ajena, no expresan en su realidad diaria, sencilla, en forma concreta e individualizada (un jornalero recogiendo aceitunas para el propietario que lo contrató; o, los dueños de una panadería trabajando en su propio establecimiento), que se trate de las primeras piedras de los dos tipos de edificios con los que se construyen las sociedades modernas.

Nadie diría que, contemplando los dos ejemplos de trabajo que hemos puesto, estaríamos ante la semilla de donde nacen los dos tipos de sociedades que hasta ahora hemos venido considerando: la capitalista y la comunista.

Lo que hoy conocemos como una sociedad capitalista (Francia, Italia, España, Alemania), se compone, como hemos visto, de un sistema o aparato productivo, y de un conjunto de instituciones que facilitan y hacen posible la reproducción de ese aparato (o por otro nombre, el aparato del Estado). La base sobre la que descansa todo el aparato productivo es el proceso de trabajo por cuenta ajena. Puede haber entreverados procesos de trabajo por cuenta propia, pero el gran peso de la producción descansa sobre los procesos de trabajo por cuenta ajena.

La reproducción del proceso de trabajo por cuenta ajena, precisa de un tipo peculiar de instituciones, según hemos tenido también ocasión de ver.

Es lo que hoy llamamos el Estado democrático parlamentario, y que, con ligeras diferencias, funciona en casi todos los países de economía capitalista.

El ajuste entre los procesos de trabajo por cuenta ajena y las instituciones que los reproducen no se ha hecho en un periodo breve, sino en los cuatro siglos anteriores al nuestro (nosotros hemos considerado de forma particular la mitad del siglo XVIII, y los siglos XIX y XX).

Este continuado ajuste permite una notable adecuación de éstas a sus fines, lo que se traduce en una considerable estabilidad. Esto es interpretado como prueba de la bondad y racionalidad de las instituciones y así es presentado a la opinión general por las instituciones encargadas de formar la opinión de los ciudadanos (escuelas, Universidad, radio, televisión, prensa, literatura).

De esta forma, partiendo de procesos de trabajo por cuenta ajena (base de la producción), se van montando y reajustando las instituciones que mejor permiten su reproducción, creándose así lo que hoy llamamos una sociedad capitalista.

No se trata de un proceso rápido ni automático, los capitalistas cuando lo iban montando, tuvieron que pelear, buscar ayudas en intelectuales, literatos, físicos, ingenieros, etc. Hoy día, en los países donde el capital se abre paso (Rusia, Polonia, Rumania, países centroamericanos), instalándose por primera vez, o recomponiendo su sistema todavía no asentado, ha de recurrir a toda su creatividad y a toda su capacidad de imposición, para crear la red de instituciones que sirvan de soporte a la normal reproducción de sus procesos de trabajo por cuenta ajena.

Este camino de avance de sus posiciones lo ha hecho el capitalismo teniendo como punto de partida las formas de trabajo (servidumbre) y las instituciones medievales, que, ni se lo han puesto fácil, ni han comprendido sus nuevos planteamientos en forma pacífica. Tanto los nobles, como la Iglesia, han opuesto todas sus fuerzas a la entrada de las nuevas formas en la prestación del trabajo y en las nuevas instituciones para darles seguridad y estabilidad.

El siglo de las guerras, como ya se le llama al siglo XX , quizá por la dimensión de éstas, ya que el XIX tuvo también las suyas, fue escenario de estos ajustes violentos de las instituciones a la penetración y asiento del capital a lo largo y ancho del mundo entero. Estos ajustes violentos no son más que saltos puntuales del lento y silencioso proceso de sometimiento (económico, cultural, político) de los trabajadores a las exigencias de la reproducción (el desarrollo, se le suele llamar) del capital. Las herramientas con las que se lleva a cabo este sometimiento, le hemos llamado las instituciones. Y su creación y los sucesivos acoplamientos a que se las somete, deben servirnos de espejo para poder hacernos una idea del camino paralelo que deberán seguir las instituciones que tengan su fundamento en el proceso de trabajo por cuenta propia, en lugar de por cuenta ajena.

 

Todo el aparato del Estado en nuestros países europeos está diseñado para reproducir bien los procesos de trabajo por cuenta ajena. El hecho de conocerlos desde que empezamos a vivir la vida social, hace que los encontremos familiares, cercanos, normales. Casi diríamos que otro tipo de instituciones nos parecerían extrañas. “Estas”, son “las nuestras”, las de “toda la vida”, las normales. Pensar en otras, por lo tanto, significa un esfuerzo. Es la inercia social (en física se llama así a la circunstancia de que un cuerpo no cambia su estado de movimiento o reposo, si no es por la aplicación de una fuerza).

Pues bien, con una base diferente, las instituciones serían diferentes.

Si la base de la producción en nuestro país, en lugar de estar constituida por procesos de trabajo por cuenta ajena, lo fuese por procesos de trabajo por cuenta propia, las instituciones corresponderían a las necesidades de la reproducción de estos procesos, y no, como es ahora, a las necesidades de reproducción del capital.

Así ocurrió anteriormente, cuando se cambió de la servidumbre al asalariado. Fue el cambio que conocemos como el paso de la Edad Media a la Edad Moderna. Cambió la forma de trabajar, cambiaron las instituciones.

Esto no ocurre de una forma rápida y espectacular, sino de forma lenta y callada. No puede ser de otra manera; no es nada fácil cambiar las formas de trabajar (que se lo pregunten a los obreros rusos). Lo que sí puede ocurrir, y ocurre a veces, es que la forma de trabajar va cambiando lenta y silenciosamente, pero no van cambiando de forma pareja las instituciones, y entonces sucede que, el ajuste entre formas nuevas de trabajo e instituciones que ya no se le corresponden, se hace de una forma rápida y violenta (la revolución francesa). Pero hemos de advertir nuevamente que lo que puede cambiar rápida y profundamente son las instituciones, las formas de trabajar, no.

Un ejemplo particularmente interesante para los obreros, fue la creación en Rusia de los Soviets. Se trataba de una institución creada por el gobierno comunista. Estaba compuesta por obreros, campesinos y soldados. Estaban especializados por sectores de la producción y por zonas territoriales. Contaban con todo el apoyo del gobierno y del Partido, pero no se correspondían con las necesidades de la reproducción de los procesos de trabajo existentes. Por esa razón nunca funcionaron con la intención que se les creó. Quedaron convertidos en una cáscara, que los trabajadores, al final, abandonaron.

Fomentar, por lo tanto, procesos de trabajo por cuenta propia, y trabajar en la creación de las instituciones que facilitan su reproducción, estaría en el centro del interés en las actividades y reflexiones de una organización obrera con una orientación marxista.

Parecen dos tareas distintas, pero en la realidad van muy unidas. Los procesos de trabajo por cuenta propia, en seguida buscarán las instituciones que en forma más adecuada sirvan a su reproducción.

De cualquier modo, la creación y fomento de procesos de trabajo por cuenta propia puede centrar la actividad de una organización obrera, sin perjuicio de que sean otras las que trabajen en la preparación y funcionamiento de las correspondientes instituciones.

Esa, que podría ser la tarea central de las organizaciones obreras de inspiración marxista (las que buscan que los obreros dejen de ser obreros), no tiene unos precedentes claros. Ninguna organización del movimiento obrero europeo, ha trabajado en esta dirección, dándole a esta tarea el lugar central en sus proyectos, en sus metas perseguidas.

Damos por sentado que todas las grandes organizaciones obreras que hemos citado, tengan o no orientación marxista, presentan como proyecto central la creación de una fuerza social, que obligue al capital a tener en cuenta las aspiraciones de los trabajadores, y mediante esta presión, obtener las mejores condiciones de trabajo y de vida para ellos.

Esto, hay que repetirlo, es común a todas ellas. Tanto las socialdemócratas, como las comunistas, a través de sus propios sindicatos y partidos, instrumentan esta acción de contrapeso al capital, buscando la mejora en las condiciones de los trabajadores. Desde Suecia hasta Marruecos; desde Polonia hasta Méjico, todas las organizaciones obreras tienen en común, comparten, estas funciones de dique de contención a las pretensiones y exigencias del capital.

Pero, más allá de esa función de defensa, en la actualidad, no es visible en ninguna,  la presentación de un proyecto alternativo (distinto) al proyecto capitalista. La socialdemocracia, ya hemos visto que no.

En cuanto al comunismo ruso, no se puede negar que presentaron y tiraron adelante un proyecto propio, al igual que en China, Cuba, Vietnam.

Sin embargo, no se trataba de cambiar, en la base de la producción, el proceso de trabajo por cuenta ajena por el proceso de trabajo por cuenta propia, sino de una variante del trabajo por cuenta ajena, en que quien dispone de los medios de trabajo, de su ordenación y de sus frutos, en lugar del empresario privado es una institución, el Estado.

Este tipo de ensayo, de proyecto, puede funcionar mientras mejoran las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores, como ocurre actualmente en la República Popular China. En el caso de que se estanque la productividad creciente del trabajo (base material de esas mejoras), ocurre lo que en Rusia y todo el Este europeo. No son sociedades en que la ordenación del trabajo dependa de los trabajadores, sino de instituciones que le son ajenas. En eso se parecen a la socialdemocracia, su justificación consiste en mejorar las condiciones de los trabajadores.

Pero, como hemos visto ya, para eso no hay que llamarse socialista; los obreros norteamericanos (E.E.U.U) cobran altos salarios y, mayoritariamente, están satisfechos con sus condiciones de vida, y las instituciones que los gobiernan son las instituciones del capital.

El socialismo es otra cosa. En forma muy resumida, se trata de cambiar los procesos de trabajo que están en la base de la producción, en el sentido de que los que más pesan, sean procesos de trabajo por cuenta propia. No es necesario que lo sean todos, sino los más importantes, los más significativos.

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